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Pilar González

Artista de gran trajectoria y de reconocimiento nacional e internacional.

La artista uruguaya Pilar González transita por diversos caminos: dibujo, ilustración, pintura, instalaciones, diseño de vestuarios y escenografías para teatro. Fue convocada por el Ministerio de Educación y Cultura para formar parte del envío uruguayo a la IV Bienal de Arte de Cuenca, Ecuador, así como  para exhibir individualmente y organizar talleres en varias ciudades de Uruguay.  En el año 2002 participó junto a 7 prestigiosos artistas latinoamericanos de la Bienal de Dibujo de América Latina realizada en Canberra, Australia. Desde 1990 dicta cursos de expresión por la plástica; asimismo se desempeña como curadora y  diseñadora de montajes de exposiciones. Ha sido invitada, en varias oportunidades, para dar charlas y actuar como jurado en certámenes de artes plásticas y diseño. A partir de 2006 y hasta el 2013 ejerció la dirección artística del Museo de Arte Contemporáneo de El País. Sus dibujos, ilustraciones y pinturas aparecen en semanarios, revistas,  libros y discos y su obra está representada en museos y colecciones privadas de diversos países. Fue distinguida, entre otros, por los   Premios B’nai B’rith, Salones Municipales,  Florencio  y Morosoli de plata por su trayectoria.

 

 


 

ESPERA Y ESPERPENTO.

Desde la última exposición retrospectiva en el Museo Blanes, en 2014, no habíamos tenido contacto con la obra de Pilar González (Montevideo, 1955). La espera valió la pena. Esta artista, que posee una larga trayectoria como ilustradora, vestuarista, docente y gestora cultural, ha mantenido su habitual destreza técnica a la vez que profundiza en ciertas temáticas que redimensionan el carácter radical de su obra.

La exposición Placeres, sordideces, penurias1 recoge una serie de trabajos desde 2000 hasta el presente. Es decir, plantea un recorrido por distintas facetas de su creación en lo que va del siglo, enlazando una «circunstancia anímica» de dura asimilación. Porque a la luz –o a la sombra– de la pandemia de covid-19 su trabajo puede leerse como un recrudecimiento de la mirada escatológica. Los placeres, las sordideces y las penurias del cuerpo –toda su producción plástica y gráfica está centrada en la figura humana– parecen empujar a las mujeres y a los hombres hacia los excesos, al borde de sí mismos.

De la serie El olor del jengibre (2001), por ejemplo, resalta el tratamiento del esperpento, muy característico de su estilo –señalado por Mario Levrero como deriva goyesca–, pero con el aditivo de la voluptuosidad. Los cuerpos emanan una sensualidad grotesca, felliniana. Las figuras femeninas de grandes senos se contorsionan en la penumbra y en ese color rojizo con «aroma a jengibre» que impactó a la artista en un viaje por Oriente. Son obras potentes, inmersas en una atmósfera de mucho movimiento, con veladuras que consiguen difíciles entonaciones de color, oscilando entre registros cálidos y fríos.

En otro sector se presentan tintas y dibujos que sirvieron de ilustraciones a medios de prensa uruguayos entre 2000 y 2010, y que tienen un aire escenográfico. En estas tintas, monocromáticas en su mayoría –destaca Poemas de José Emilio Pacheco, de 2010–, se aprecia mejor la soltura del trazo y la fuerza de la composición. Una composición equilibrada pese a la aparente improvisación sugerida por el despliegue veloz de la mano alzada. La variedad de recursos técnicos empleados –como el color pleno, el borrón, la mancha, el achurado, la salpicadura– se presenta al servicio de obras muy expresivas, casi nunca estáticas y a menudo violentas, tanto en la temática como en la ejecución (Antropofagia de Alfred Jarry para El País Cultural, 2005).

Con su serie más reciente, Enemigos públicos (dibujos en carbonilla de considerables dimensiones), González parece esbozar una tipología de prontuario, rostros dignos se ser repudiados: ¿vecinos, políticos, matones? Hombres parecen ser, aunque no hay posible identificación ante la carencia de prendas o signos personales, solo cabezas que desbordan los márgenes del papel, como si de ninguna manera pudieran ser contenidas.

La serie de La tierra purpúrea continúa con una galería de personajes toscos, pero de rasgos redondeados y caricaturescos. Mención especial merece otro sector de su obra reciente en la que combina conceptos gráficos con manualidades textiles: Ellas son las

poetas admiradas Idea, Marosa, Circe y Amanda, cuyos semblantes han sido esbozados con tinta, hilos, papel de seda y tul sobre bastidor de bordar. Contrasta el tratamiento bestial de Enemigos públicos con la morosidad de estos textiles, al imbricar las líneas bordadas y los hilos rojos como cabellos que se dejan caer en una dulce ceremonia. Por vez primera hay sosiego, calma. La poesía y los rostros de las mujeres son el último relicto. El descanso placentero después de tanta penuria y violencia.

Pablo Thiago Rocca

 


 

PILAR, PILAR

 

El arrebato emocional con que Pilar González reacciona en la vida contra las provocaciones del entorno, figura también en su obra. Porque en el caso de algunos artistas extraordinarios se produce algo indefinible, una suerte de fusión entre el plástico y su obra, como si se tratara de dos partes de una sola cosa a medida que una de las porciones se refleja plenamente en la otra. Por eso Pilar consigue ilustrar los placeres, sordideces y penurias de este mundo con el sector medular de su trabajo, que durante décadas han sido sus dibujos, donde una pluma afiladísima nos enfrenta a la realidad y al hombre con el privilegio lineal de un trazo que navega por el soporte blanco del papel con una libertad y una soltura que parecen a punto de levantar vuelo. Solamente alguien sagaz y compadecido ante ese mundo puede expresar las cosas como lo hace ella, porque no vuelca su talento sino una entraña testimonial cuyo alcance va más allá de la hermosura, la gracia de la línea o la intensidad de los significados. En esta muestra totalizadora, donde Pilar resolvió juntar sus variados aportes artísticos, desde la pintura o el dibujo hasta el teatro y el fruto de la docencia, el observador puede medir la magnitud y la suma de interés de su obra, donde la figura humana asume un protagonismo devorador.

Porque allí están impresas la agudeza y la ocasional pasión con que Pilar juzga lo que sucede y lo que hacen sus congéneres, una identificación que es también la que surge de lo que Arguedas escribió sobre el devenir de los indígenas, lo que Bacon pintó sobre la deformidad interior de sus coetáneos, lo que Shostakovich compuso sobre las miserias de sus contemporáneos en medio de un cataclismo. Lo que la insólita sensibilidad de Pilar ha transportado a su obra es eso mismo, el espejo de lo que somos y lo que hacemos, con la fineza de un pulso que le permite transformar el documento en una pieza perdurable. Ese fenómeno debe ser subrayado hoy, en una época donde creadores de primer orden pasan de largo ante una atención pública que en cambio se detiene para glorificar a algún especialista de la autopromoción, entreverando una escala de valores ya bastante confusa y condenando al marco de la cultura a seguir borroneándose, lo cual promete un futuro nada alentador en la materia. Para delatar bellamente el mundo en que se vive, como puede hacerlo Pilar, se requiere una capacidad de lenguaje fuera de lo común y una sugerencia leve y a la vez perforadora, como la que tienen las palabras de los poetas.

Quien le asignó a Pilar el nombre de pila que ha llevado durante su vida, sabía perfectamente lo que hacía. Porque un pilar es un sostén -el de la inteligencia y el del trazo certero- pero es también algo que se eleva en el aire, como lo hacen sus trabajos por encima de los demás. A medida que el contemplador envejece y aprende, enfrentarse a esos modelos es cada vez más enriquecedor y por eso se le agradece a Pilar que esté cerca y esté activa. Los fabricantes de cuadros abundan, pero los verdaderos artistas no.

 

Jorge Abbondanza                                                                                                                 

Marzo de 2014

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