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Recorriendo Exposiciones DELCY MORELOS

por Daniel Benoit Cassou

Los aromas a canela, café, miel de abeja y clavo de olor no persistieron, sin embargo el efecto agobiante de la instalación permanece.

Dentro del programa “Un día en la Tierra”, la propuesta curada por Victoria Noorthoorn, se inauguró el mismo día que “Pupila”, de Eduardo Basualdo, (1977), dos muestras que conllevan a la introspección como tema central. 

A medida que el espectador transita las salas de ambos, percibe un ingreso a su propio ser.

Los muros de las dos muestras aprisionan a la vez que contienen eventuales desbordes emocionales. 

En ambos casos parece que fueran a desmoronarse encima del espectador.

Recomendación: recorrerlas solos.

Para lograr sus muros de 23 toneladas, Delcy Morelos (Tierralta, Colombia, 1967) estuvo acompañada de un grupo de diez colaboradores que trabajaron incesantemente durante dos semanas.

La tierra y los pastos utilizados para esta ocasión, fueron extraídas de Cañuelas y las terminaciones fueron esculpidas con turba de Ushuaia.

El título escogido por la

colombiana para esta obra es “El lugar del alma”. Un alma que por cierto comulga con la muerte, puesto la sala que la alberga está ubicada en el segundo sub suelo del museo. 

La muestra me llevó automáticamente a recordar la realizada allí mismo en 2017, por Tomás Saraceno (San Miguel de Tucumán, 1973), quien habitó la sala con arañas que fueron tejiendo monumentales telas cubriendo toda la sala.

Hubiera estado bueno que los hongos avanzaran y lograran también un efecto natural, pero Morelos se ocupó de fumigarlos evitando se manifestasen.

Otra objeción, sin desmerecer en absoluto la propuesta, es no tener la posibilidad de una mirada aérea pues las formas de los muros conforman una obra geométrica a la vez que conceptual. 

Morelos quien convoca a culturas ancestrales, utiliza la tierra provocada por las violentas disputas en su ciudad natal, donde la confrontación entre las pujas de guerrilleros y grupos paramilitares, ocasionaron ríos de sangre.

Confrontada esta instalación con la que la artista está llevando a cabo en la 59 Bienal de Venecia, claramente logra un mayor efecto, cómo adelantáramos en la nota anterior sobre Morelos. 

El subsuelo, que nos obliga a descender, sumado a la enorme soledad y el silencio perenne, son los componentes acordes para nuestra intromisión a la hora de dejarse aplastar por los enormes y pesados muros que a modo de loza también se convierten en un “memento mori”.

El MAMBA siempre tiene propuestas ineludibles a la hora de acercarnos a las propuestas artísticas en la ciudad porteña y su visita es de carácter obligatorio.

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